[Epístola]

 

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Texto latino

 

A LA ÍNCLITA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

MADRE CARIÑOSA

 

Francisco Sánchez el Brocense, catedrático de prima de Retórica

y profesor de griego, le desea gozo y bienestar

     ¿Cómo podría, madre Universidad, la más brillante de las que son y de las que fueron, librarme de la acusación de ingratitud, si yo, alimentado y educado en tus aulas y equipado durante cuarenta años en tus artes y en tus enseñanzas, no te ofrezco una recompensa por tus alimentos? Pero, ¿qué premio puedo pagar a tan gran madre nutricia? Sin duda pequeño, si es que quiero ofrecer un don digno de tan gran majestad. De todas formas, ofrezco de buen grado lo que puedo. Lo que sí es cierto -y en esto no me engaño- es que ofrezco algo, más importante y más necesario que lo cual ningún otro ofreció nunca. Efectivamente, siempre me he quejado y afirmado no sin lágrimas que, si bien tú siempre has tenido brillantes maestros en las demás disciplinas, la Gramática sin embargo, que es la base de todas las demás, yacía tan postrada, que daba la impresión de que no podía ser curada por ninguna medicina. Y, aunque la peste de esta barbarie se había adueñado de casi todo el mundo, tú sola, sin embargo, te quemas con esta desgracia e, inocente, eres de ella acusada entre los extranjeros. ¡Como si se pudiera encontrar una Universidad en la que se enseñe la verdadera y puramente latina Gramática! Y es que, ¿qué preceptor de Gramática hay que no alabe, venere y bese a Lorenzo Valla y a sus seguidores? De aquí se puede deducir cómo serán los ríos que manan de una fuente tan cenagosa y turbia. Podrás, madre, poner remedio, no fácilmente, a este gran mal, si, expulsado Lorenzo de las cátedras de prima, permites que en lugar de él se explique a los niños la Minerva que se te ofrece. Ella ofrece la norma de la auténtica latinidad: bajo su guía, el estudiante podrá recorrer con seguridad los verdes prados de los poetas y oradores; aquí podrá pescar los auténticos principios de la Dialéctica, que también está tocada. Ahora, pues, lo que más te interesa, madre, -puesto que eres llamada la primera entre todas- es que salgan al aire, siendo tú la primera en afirmarlos y en garantizar su veracidad, los fundamentos de toda lengua. No ofrezco nada nuevo; no hagáis caso de lo que dicen por ahí. Me limito a resucitar y a reponer la antigüedad que estaba postrada por culpa de la maldad de los bárbaros -me refiero a los Mamotretos, Catolicones y Pastranas-. Éstos, en efecto, al plantear dura batalla contra Cicerón y demás latinos, arruinaron a lo largo y a lo ancho las buenas letras. Estaban, pues, postradas las buenas letras, cuando hace ahora cien años nuestro Antonio de Nebrija intentó castigar a estos rebeldes. Pero el mal había echado raíces tan profundas que, aun destruidos innumerables monstruos, quedaban todavía muchos por destruir. Y si él volviera otra o muchas veces, no dudo de que lo hubiese reompuesto todo con facilidad: tal era su talento. Y es que todo arte, como dice brillantemente Santo Tomás, debe cambiar, siempre que el entendimiento encuentra algo mejor. Así pues, lo que él no pudo terminar, quizás me lo dejó a mí para que lo acabara. ¿Me preguntas cómo puede ser eso? Pues porque mientras él, en mi pueblo de Brozas, donde terminaba el Diccionario y la Gramática, yacía con fiebre en casa de su hijo Marcelo, caballero de la Orden de Alcántara, se quejaba, suspirando constantemente, como le oí decir muchas veces a mi padre, de que dejaba la Gramática y el diccionario sin acabar. Y, ¿qué me dirías si sabes que cantaba aquel mal presagio virgiliano: "Quizás algún día salga de mis cenizas algún vengador que persiga con fuego e hierro a los ignorantes Perotos".

     Yo ciertamente, como si aquél, por así decir, me hubiese dado este encargo, y también para darte de algún modo las gracias a ti, veneranda madre, puse todas mis fuerzas en esto: en extender para los que aprenden la gramática un camino, breve, llano y fiel. He añadido a esta obra mi método, extendido y probado ya hace algunos años. Y es que el objetivo total de la Minerva es éste: mostrar que las reglas gramaticales son racionales y fáciles. No intento ni deseo aplacar la envidia, a la que siempre he procurado despreciar más que apreciar. Es más, a esa envidia ahora le declaro y le hago la guerra. En contra de su voluntad y con sus protestas, el lector atento y diligente podrá aprender aquí por encima de los tres mil errores tanto de los gramáticos antiguos como de los recientes. Aquí saldrán a la luz muchas cosas que estaban engañosamente enseñadas; serán corregidos muchos errores; serán aducidas muchas cosas necesarias; y finalmente serán repuestas en su lugar muchas cosas que estaban deslizadas y apartadas de su sitio. Adiós.

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