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Texto latino

CAPÍTULO SEGUNDO

La gramática no se divide en histórica y metódica

ni en Ortografía, Prosodia, Etimología, Sintaxis.

Partes de la oración, de las que se excluyen

el pronombre y la interjección.

     Puesto que el tema de que tratamos ha de ser demostrado primero con la razón, después con testimonios y con el uso, nadie se debe extrañar, si no sigo a los hombres ilustres. Y es que, por muchas autoridades en que se apoye el gramático, si no demuestra lo que dice con la razón y con ejemplos, no será digno de crédito en nada, y menos en gramática. Los gramáticos, en efecto, como dice Séneca, son los guardas de la lengua latina, no sus creadores. Ni la autoridad siquiera de seiscientos gramáticos me convencerá de que frases como uapulo a praeceptore, exsulo a praetore y ego amo Deum y otras similares son de uso latino. De ahí que sea una gran verdad aquello que transmite Paulo: "Regla es aquello que refleja brevemente la realidad, y no de manera que el derecho sea el reflejo de una regla, sino las reglas el reflejo del derecho. Por ello se debe rechazar la costumbre que tenga como eco una ley, ya que eso es más bien una corruptela, como mantienen constantemente los juristas". Y no se debe, en efecto, admitir lo que acepta la barbarie, sino, mejor, aceptar lo que ella rechaza. Por todo lo cual, que ya nadie me aduzca la turba de gramáticos que dicen otra cosa, ya que en tanto han de ser creídos, en cuanto lo demuestran con la razón. Cicerón, criticado en cierta ocasión por Ático en una cuestión de corrección gramatical, se defiende primero con la razón, y después con el testimonio de los antiguos. No debe, pues, extrañar, si no sigo a Quintiliano, quien divide la gramática en histórica y metódica, división que después mantuvieron obstinadamente los gramáticos. Y el filósofo debe oponer la razón a las opiniones humanas. Yo creo que Quintiliano llamó histórica a la parte que registra los usos de todo tipo de autores; esa parte no puede ser perfecta, si no hay en ella algo de música, y algo de astrología, y de filosofia y de elocuencia. Quintiliano, pues, pone a todas las ciencias al servicio de esta gramática suya. ¿Dónde está esa gramática? ¿Quién la ha escrito? ¿Dónde buscaremos esta reina de las artes? Quintiliano se deja llevar por un error del vulgo. Decía la gente, en efecto, en otro tiempo que eran los gramáticos los que enseñaban a los niños los primeros rudimentos y les explicaban los poetas, en cuya función, además de conocimientos gramaticales, proporcionaban conocimientos de otras artes variadas. Y sin embargo, la gente no entendía que ese maestro fuera perito en música, astrología, y filosoifa. Para mí, el perfecto y completo gramático es aquel que en las obras de Cicerón y Virgilio conoce qué palabra es nombre, cuál verbo, y todo lo demás que atañe sólo a la gramática, aunque no entienda lo que 1ee. Y es que la lectura de oradores y poetas es una técnica que comprende varias artes, de manera que, si un maestro las domina, ya no ha de ser llamado gramático, sino, si explica la astrología, astrólogo; si la historia, historiador; si los preceptos de la elocuencia, rétor. Por ejemplo: "Todo triángulo tiene tres ángulos que suman dos rectos". En esta frase, el gramático explicará la gramática; su contenido, lo hará el matemático. Dime un gramático que se desenvuelva bien de la siguiente frase de David: Rex uirtutum dilecti, dilecti et speciei domus diuidere spolia. Si dormiatis inter medios cleros pennae columbae deargentatae et posteriora dorsi eius in pallore auri. Pero, ¿por qué me esfuerzo en vano en refutar la opinión de Quintiliano, si él mismo se clava su propia espada? Se queja, en efecto, al comienzo del libro segundo, de que los gramáticos han invadido terreno ajeno. Después sigue: "Demos a cada profesión sus límites. Y de la gramática (a la que, al traducir al latín, llamaron literatura) conoce los límites, sobre todo los límites por los que se extiende desde esa pobre denominación en la que ellos la encerraron". Yo apruebo esta opinión de Quintiliano y sostengo, con otros hombres sabios, esto: que las artes deben utilizarse unidas, pero deben enseñarse separadas.

     Otros dividen la gramática en letra, sílaba, palabra y oración o, lo que es lo mismo, en ortografía, prosodia, etimología y sintaxis. Pero la oración o sintaxis es el fin de la gramática, luego no es parte de ella, pues, como dice Cicerón, "una cosa es el arte y otra el fin de ese arte, ya que ningún arte trata sobre sí misma". Así pues, una cosa es la gramática y otra el fin u objetivo, o, como se dice en griego, el hipokéimenon, de la gramática. Por otro lado, además, la letra es parte de la silaba, la sílaba de la palabra y las palabras partes de la propia oración, luego no son parte de la gramática: la parte de cualquier cosa no puede ser parte de otra.

     Por nuestra parte, dejando a un lado la división de la gramática (ya que no he encontrado ninguna suficientemente aceptable) empezamos así: la gramática es el arte de hablar correctamente. Cuando digo arte, entiendo disciplina; y es que disciplina es la ciencia que adquiere el que aprende. Añado después: su objetivo es la oración lógicamente construida. Esta oración consta de palabras o dicciones; las palabras a su vez de sílabas; las silabas de letras; y, puesto que ya no avanzamos más en la división, llamamos letra al conjunto de un sonido individual. Dividimos, pues, la oración en palabras o dicciones, y a éstas las llamamos partes de la oración. En la clasificación de estas últimas hay tanta veleidad en los gramáticos, que nada seguro nos pudieron dejar. Varrón habla de dos; después, de acuerdo con la opinión de Dión, habla de tres: una que tiene casos, otra que tiene tiempo y una tercera que no tiene ni casos ni tiempos. "De éstas", dice, "Aristóteles afirma que dos son partes de la oración: los nombres y los verbos, como homo, y equus, legit y currit". Y en el mismo libro: "En cuanto a cada una de las partes de la oración, después hablaré de ellas; de cualesquiera, puesto que las clasificaciones son muchas. Ahora propondré una clasificación. La oración, como la naturaleza, ha de dividirse en cuatro partes: una que tiene casos, otra que tiene tiempos, una tercera que no tiene ni casos ni tiempos, y una cuarta que tiene ambos". Pero el propio Varrón divide después a la primera en provocablo, como quis, vocablo, como scutum, nombre, como Romulus, y pronombre, como hic. Y añade inmediatamente: "Los dos del medio se llaman nombres, los de los extremos, artículos". Hasta aquí Varrón. Quintiliano dice que Aristarco, a quien sigue con frecuencia Varrón, estableció ocho partes; pero el propio Quintiliano demuestra que llegó hasta once, que son: nombre, apelación, artículo, pronombre, verbo, participio, adverbio, conjunción, preposición, aseveración, atracción. Servio también establece once.

     El de Nebrija, si bien propone ocho, añade en la enumeración el gerundio, como él mismo le llama, y el supino, que dice que ha tomado de otros. Aquí ahora yo me dirijo a vuestra credulidad, a vosotros, defensores de errores, que decís que yo lo enfollono todo. ¿Qué sentís ahora? ¿Qué creéis que es lo fijo entre tanta tiniebla de viejos y nuevos? Oíd, pues, a Minerva.

     Dios creó al hombre dotado de razón, al que, puesto que quiso que fuera sociable, le concedió el don de la palabra. Y para que pusiera en práctica ese don, le proporcionó tres artesanos: el primero es la gramática, que echa de la frase los solecismos y barbarismos; el segundo es la dialéctica, que busca la verdad de la palabra; y el tercero es la retórica, que busca la belleza de la misma. Pues bien, puesto que el objetivo del gramático es la oración, veamos de qué consta la oración, de manera que no haya entre ello nada que no pueda estar en la oración. Son tres las cosas: nombre, verbo y partícula. Entre los hebreos son tres las partes de la oración: nombre, verbo y dicción con significado. Los árabes también establecen sólo estas tres partes: pheal, verbo; ismi, nombre; y herph, dicción. Todas las lenguas orientales tienen estas tres partes de la oración. Rabino, ese sabio que discute contra Cosdra, rey de los persas, sostiene que todas las lenguas tienen su origen en la hebrea, y que la griega y la latina sólo tuvieron en otro tiempo tres partes de la oración. Lo mismo piensa Plutarco en las Cuestiones de Platón; y san Agustín, en las Categorías, establece tres partes de la oración de acuerdo con la opinión de Aristóteles. Yo apruebo, como cierta, la opinión de éstos, pero, en aras de la claridad, sigo los mismos argumentos que Platón. Este dice: "Todo lo que se enuncia, o es permanente, como árbol y duro, o es fluyente, como corre y duerme. Llamamos cosas permanentes o constantes a aquellas cuya naturaleza dura largo tiempo; a la marca de estas cosas se la llamó nombre. Llamamos fluyentes a aquellas cosas que duran sólo mientras ocurren. La marca de éstas es el verbo. A su vez los verbos y nombres necesitan estar teñidos de modo, por medio del cual se explica la razón de las cosas. En los nombres, la marca de modo se llama preposición, como uersatur in tenebris propter ignorantiam. En los verbos es el adverbio; efectivamente, si le añades una cualidad, dirás bene curris; si tiempo, hodie legam. Finalmente, las oraciones, para unirse entre sí, necesitan ligaduras. Por ello se inventó la conjunción". Hasta aquí Platón. El participio, por su parte, es un nombre, pero tiene del verbo la marca de tiempo y el tipo de construcción. Diógenes Laercio, en la Vida de Zenón, enumera estas cinco partes: Nombre, apelación, verbo, conjunción y artículo. Nombre, como "Sócrates", apelación, como "cónsul". Por otro lado, de la misma forma que todas las cosas constan de materia y forma, así también la oración; efectivamente, como dice Fabio, en los verbos está la fuerza de la forma, y en los nombres la de la materia, ya que en uno se dice lo que hablamos y en otro de lo que hablamos.

     Que la interjección no es una parte de la oración lo demuestro así: lo que es natural es igual en todos los hombres; es así que el gemido y las manifestaciones de alegría son iguales en todos los hombres; luego son naturales. Y si son naturales, no son partes de la oración, ya que las partes de la oración, según Aristóteles, son producto de una convención y no de una causa natural. Los griegos incluyen la interjección entre los adverbios; pero se equivocan, ya que las interjecciones no son palabras latinas ni griegas, aunque se escriban con letras latinas o griegas, sino que son manifestaciones de tristeza o de alegría, como lo son en las aves o en los cuadrúpedos, en los cuales no aceptamos que haya voz ni discurso. Mira el refrán 'Ne my quidem" y "Ne gry quidem". Valía, en el capítulo 11 del libro 2, no considera parte de la oración a la interjección. Así pues, no acepto que la interjección sea parte de la oración. Tan lejos estoy de considerarla, como César Escalígero, la primera y principal parte de la oración.

     Tampoco incluimos entre las partes de la oración a los pronombres, y por razones claras. La primera: si el pronombre fuera distinto del nombre, se podría definir su naturaleza; es así que no hay ninguna definición verdadera del pronombre, ni se puede encontrar una definición verdadera y propia; luego no existe el pronombre como parte de la oración. Y ¿qué decir del hecho de que la definición de nombre no excluye el pronombre? Efectivamente, cuando se dice que un nombre se declina y no tiene significado temporal, ¿por qué no se pone como ejemplo ego y tu? Hay que añadir que Aristóteles, al hablar de la oración, sólo cita el nombre y el verbo; luego, de acuerdo con su opinión, ego disputo no sería una oración. Y es que, como dice San Agustín, solemos utilizar el nombre por el pronombre. Y así lo entienden los Aristotélicos, cuando confiesan que en el término "nombre" están incluidos también los pronombres. Por otro lado, cuando se les enseñan a los niños los preceptos sobre la concordancia entre los nombres, no necesitamos una nueva doctrina para explicar la concordancia de los pronombres; efectivamente, de la misma forma que decimos liber bonus et doctus, decimos liber meus, tuus, suus. Además, ¿cómo van a poder ponerse los pronombres en lugar del nombre, si con ellos nos referimos a cosas que no tienen nombre o a cosas cuyos nombres ignoramos? Es más, todas las cosas, antes de tener nombre, se llamaban hoc o illud. De ahí que el propio cielo, según el testimonio de Platón, fuera llamado hoc por los antiguos, ya que no sabían si era un dios o una cosa creada. Así pues, los pronombres son más antiguos que los nombres. ¿Por qué llamarlos entonces pronombres? Es más, ¿qué decir del hecho de que las sustancias individuales, por hablar en términos de física, se explican mejor y más claramente a través de pronombres que a través de nombres propios? Efectivamente, cuando digo ego, no se puede entender otra persona que yo, pero, cuando digo "Francisco", puede entenderse otra persona; de ahí que más bien es “Francisco” lo que se pone por ego y no al revés. Mucho mayor error es considerar que los pronombres pueden estar en lugar de nombres propios, ya que, si así fuera, palabras como magister, rex, dux, gubernatoi; serian pronombres, ya que se ponen en lugar de Pompeyo y Cicerón; y "poeta" por Virgilio, y "orador" por Cicerón; y así seiscientos; igualmente, los adjetivos derivados de pronombres, como milites caesariani o pompeiani, serían pronombres, ya que se entiende milites Caesaris y Pompei; y en Virgilio encontramos Euandrius ensis, en lugar de Euandri. Se equivocaron también aquellos que definieron al pronombre como sustituto del nombre, porque en frases como Annibal peto pacem, hospita Phyllis queror falta el pronombre ego, pero no como sustituto sino como protagonista. Igualmente, en la frase de Livio Audi tu populus Albanus, el tu es más específico y más importante que populus Albanus. Otros, para escapar de este argumento, dicen que los pronombres aluden a una persona concreta, por lo que está claro que no son nombres. Todo lo contrario; con mucha mayor razón son nombres, ya que significan mejor y con más propiedad las cosas. Y es que ésos desconocían qué es "persona"; yo lo aclararé más adelante. "El nombre", dice Donato, "es una parte de la oración declinable, que significa un cuerpo o cosa". Esta definición incluye a todos los pronombres. Y el mismo Donato dice de nuevo: "Pronombre es la parte de la oración que, puesta en lugar del nombre, significa casi lo mismo que él y alude a veces a una persona". Pero esta definición es ridícula y tiene muchos errores. El gramático Probo enumera veintiún pronombres. Prisciano y otros, quince. Donato se pregunta qué diferencia hay entre el pronombre y el artículo. Varrón, en su De lingua latina, habla dos veces del pronombre, aunque a hic, haec, hoc lo llama unas veces nombre y otras artículo. Quintiliano llama pronombre a las formas quantus y qualis. Dejen, pues, de extrañarse los que se extrañan de que yo no esté de acuerdo con esta doctrina, cuando la propia doctrina no está de acuerdo consigo misma. Y por decir de una vez lo que siento: Ego, tu, sui mejor serían llamados "protonombres" o "nombres primeros", ya que son los guias de los otros nombres y tienen su propio régimen -no se declinan con la norma de otros-, lo cual es propio de reyes; a no ser se quieran aceptar los comentarios de los gramáticos, los cuales, con el permiso de las musas, se tragan las declinaciones de los pronombres. Y es que todos los demás nombres siguen la pauta de los pronombres y, sin ellos, los demás quedan mudos y mancos.

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