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Texto latino

 CAPÍTULO PRIMERO

     Cuenta Homero, el príncipe de los poetas, que Minerva se apareció a Diomedes entre las filas de los guerreros y le quitó la niebla de los ojos, para que pudiera distinguir en la batalla a los dioses de los hombres. Platón, en el libro segundo de su Alcibiades, interpreta a esta Minerva como la razón misma, la cual, quitada la niebla que cada uno tenemos, limpia de heces nuestra mente, para que podamos contemplar desde más cerca el mal y el bien. Es más, el mismo Platón, en el Cratilo, cuando investiga la etimología de Palas, piensa que se llama así a partir de πάλλειν y πάλλεσθαι, es decir, de "agitación' y "salto", ya que ella se levanta a sí misma y a las demás cosas de la tierra a lo alto. El mismo Platón en el mismo lugar declara que Atenea, a la que nosotros llamamos Minerva, es la mente y la agitación.

     Este tan extraordinario regalo de Minerva, por volver a Homero, no es revelado a cualquiera, sino sólo a Diomedes, que significa διός μῆδος, es decir cuidado", "providencia" o "deliberación de Jove'. Y es que la ciencia de las artes no es un invento humano, sino que salió para uso humano del cerebro de Júpiter, de donde se dice que nació Minerva. Así pues, si no te entregas totalmente al estudio, si no investigas las causas y razones del arte que practicas, ves, créeme, con ojos ajenos y oyes con oídos ajenos. Por otro lado, de muchos se ha apoderado una perversa opinión o, mejor, una barbarie: que en la gramática y en la lengua latina no hay causas ni razón que buscar. Yo no he visto nada más absurdo ni se puede pensar nada más tonto que este invento. ¿Es que el hombre, parte del cual es la razón, va a hacer, decir, pensar nada sin razonada deliberación? Escucha a los filósofos, que insisten que no hay nada sin causa. Escucha a Platón, quien afirma que los nombres y las palabras tienen una base natural, quien pretende que la lengua se basa en la naturaleza, no en la invención. Sé que los aristotélicos piensan de otra forma, pero nadie negará que los nombres son como los "instrumentos" y la marca de las cosas; y cualquier instrumento de una técnica se acomoda a esa técnica, de manera que parece inútil para todo lo demás. Así trepanamos con el trépano, serramos la madera con la sierra, pero a las piedras las rajamos con las cuñas y a las cuñas las clavamos con pesados martillos. Así pues, quienes pusieron por primera vez nombres a las cosas, es probable que lo hicieran deliberadamente; y esto, pienso yo, es lo que entendió Aristóteles, cuando dijo que el significado de las palabras es convencional. Y es que quienes piensan que los nombres se crearon por casualidad, son muy atrevidos; son ciertamente aquellos que intentaban convencemos de que la ordenada fábrica del mundo nació por casualidad y acaso. Yo ciertamente afirmaría con Platón que los nombres y las palabras aluden a la naturaleza de las cosas, si él, al afirmar esto, se refiere sólo a la primera de todas las lenguas. Como leemos en el Génesis: "Así pues, el Señor Dios, creados todos los seres vivos de la tierra y todos los pájaros del cielo, se los presentó a Adán para que viera cómo llamarlos: y es que el nombre de todo ser viviente es el nombre que le dio Adán. Y Adán llamó por sus nombres a todos los seres animados, a todas las aves del cielo, y a todas las bestias de la tierra". Está claro, pues, que en aquella primera lengua, cualquiera que fuera, los nombres tomaron su etimología de la propia naturaleza de las cosas. Pero, de la misma forma que yo no puedo afirmar esto de cualquier idioma, así también estoy convencido de que en cualquier idioma se pueda dar razón de todo nombre. Y aunque esta razón esté en muchos casos oscura, no por ello debe dejar de ser investigada. A los antiguos filósofos se les ocultaron muchas cosas que Platón sacó a la luz; tras él descubrió muchas Aristóteles; y muchas ignoró éste que después están claras por todos sitios. Y es que la verdad está oculta; pero nada más valioso que la verdad. Se me dirá: ¿Cómo puede suceder que haya una verdadera etimología de los nombres, si una misma cosa es llamada con distintos nombres a lo largo del orbe de la tierra? Respondo: toda cosa tiene diferentes causas, de las cuales, a la hora de poner nombre, tenemos en cuenta allí unas, aquí otras. Así, a la misma cosa los griegos la llamaron ánemos, los latinos "viento"; aquellos, la pusieron en relación con respirar , estos con "venir"9. A otra cosa,los latinos la llamaron "fenestra", del verbo pháinesthai, nosotros la llamamos "ventana", los portugueses "ianella", interpretándola como una "pequeña ianua". Por otro lado, los latinos adoptaron muchas palabras de los griegos, palabras que tienen su explicación racional en el griego; ridículos son, en efecto, quienes buscan en su idioma la explicación racional de un préstamo, como quienes ponen petram en relación con el hecho de que pedibus teratur ("es machacada por los pies") o pedem terat ("machaca a los pies"), o lapidem en relación con laban ("deslizarse") o con a pede laedi ("ser machacada por el pie"), cuando tanto una como otra palabra proceden del griego. No hay, pues, ninguna duda de que se debe buscar la explicación racional de todas las cosas, también de las palabras; si cuando se nos pregunte no sabemos esa explicación, confesemos que la ignoramos antes que afirmar que no existe. Yo sé que César Escalígero piensa de otra forma. Pero la razón verdadera es la que yo he dicho.

     Me he extendido, en contra de mi voluntad, mucho contra ciertos impertinentes, quienes, al rechazar la razón en la gramática, buscan testimonios sólo de sabios. ¿No han leído a Quintiliano que escribió que la lengua consta de razón, antigüedad, autoridad y uso? Quintiliano, pues, no excluye la razón, sino que la enumera entre lo principal. Como si Lorenzo y otros gramáticos no trataran inmediatamente de dar una explicación racional incluso de sus barbaridades, cualesquiera que ellas sean. El uso, en verdad, no se mueve sin razón; de lo contrario, habría que llamarlo abuso, no uso. Y la autoridad, a su vez, tiene sentido en el uso, ya que, si se aparta del uso, no hay tal autoridad. De ahí que Cicerón criticara a Celio y M. Antonio, porque hablaban a su arbitrio, y no según el uso. Y no hay nada que dure mucho, como dice Curtio, si no tiene una base racional. En resumen, pues, hay que dar, en primer lugar, la explicación racional de las cosas, y después, si se puede, vendrán los testimonios, para que las cosas se conviertan, de buenas, en claras.

     ¿Por qué llamé Minerva o Causas de la lengua latina a este producto de mis insomnios? Porque pretendo descubrir la causa y el verdadero principio de cada cuestión, desaprobando, con Cicerón, el dicho pitagórico: "Lo dijo el maestro". Por otro lado, sobre las causas de la lengua latina ya escribió César Escalígero; y como le sigo en mucho, si bien a veces disiento de él, pensé que no debía rechazar el título que él ya utilizó. Y Agustín Saturnio llamó Mercurio a sus agudas observaciones gramaticales; y como coincido en menos con él, le pongo al lado un fiel consejero, Minerva.

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