HISTORIA Y TRADICIONES DE VILLALBA


    En el mes de diciembre de 2005 la Diputación de Badajoz ha publicado un libro sobre la historia y tradiciones de Villalba de los Barros, titulado Villalbita la Chica, y elaborado conjuntamente por Francisco Amaya Flores, José María Iglesias Mateo, Aurora López Gallego y Luis Sánchez Pecero. Nunca antes se había llevado a cabo un estudio de tal naturaleza, aunque el pueblo se lo venía mereciendo dado su indiscutible protagonismo en la historia de la comarca. Y todo ha sido gracias al impulso e interés de dos jóvenes concejales del Ayuntamiento, y cómo no, a las innumerables aportaciones del resto del vecindario en cuanto a tradición oral se refiere.

    La obra, prologada por el insigne poeta José Iglesias Benítez, se estructura en cuatro partes. La primera es una introducción histórica; en la segunda se recogen fotografías antiguas sobre los temas más variopintos; la tercera nos adentra en la cultura popular; y el último capítulo está dedicado a la literatura villalbense.

    De la letrilla de la canción Villalbita la Chica tiene tres cosas, el Castillo, la Torre y el Charco Aldonza, se tomó no sólo el título del libro, sino que también sirve de pretexto en el primer capítulo para hacer un recorrido por lo más significativo de los monumentos e historia del pueblo. Se trata de establecer el contexto, las bases políticas y socioeconómicas sobre las que los villalbenses vivieron, respondiendo a todo ello con una peculiar cultura popular que se describe en la tercera parte.

    Se comienza así, con los orígenes del nombre del pueblo y por lo tanto de sus primeros pasos. Sorprende la antigüedad de De Los Barros, que ya en el siglo XV lo utilizaban como topónimo los campesinos de Villalba y luego se extendería por toda la comarca.

    De su imponente y majestuoso castillo, hoy restaurado en parte, se hace una descripción formal, destacando una primera fortaleza musulmana denominada con el bello apelativo de La Atalaya del Azor, sobre la que los Señores de Feria construyen la actual fortaleza a finales del siglo XIV, convirtiéndose así en uno de los enclaves más antiguos de la zona. Aquí vivieron durante parte del silglo XV los Suárez de Figueroa mientras se levantaba el alcázar de Zafra.

    Y es que Villalba desde estos últimos siglos medievales estuvo vinculada a la Casa de Feria; e incluso en 1567 al Quinto Conde de Feria se le concedió el Título de Duque de Feria y Marqués de Villalba. Dicho marquesado lo componían las aldeas de Santa Marta, Corte de Peleas, Nogales y Solana y la villa de Villalba, la cual se constituye en cabeza del Señorío por haber surgido en su propio término dichas aldeas, excepto Nogales, señalándose para su gobierno las Ordenanzas de Villalba. En efecto, de 1549 datan unas Ordenanzas conservadas en la actualidad en el Ayuntamiento (uno de los documentos más antiguos), que constan de 57 hojas de pergamino escritas con una bellísima letra gótica. Finalmente destacar en las difíciles relaciones del vecindario con los Duques de Feria, el famoso “Pleito de las Cinco Villas” que los villalbenses encabezaron en el siglo XIX para la anulación del pago del noveno.

    En cuanto al apartado titulado La Torre, se hace una descripción de la iglesia parroquial, de principios del siglo XVII, y también de algunas piezas relevantes del arte mueble que allí se conservan, como la magnífica cruz procesional de plata del siglo XVI, una lámpara del siglo XVII colgada de la hermosa techumbre de madera de la sacristía vieja, y una custodia del siglo XVIII, entre otras. Y cómo no, dentro de este capítulo dedicado a los monumentos religiosos hay que detenerse en el Convento de Montevirgen, el principal centro de devoción de los vecinos. Se levantó allá por el año 1568, cuya fundación se recoge en las Crónicas Franciscanas de España; tuvo una doble función: la de ermita de la patrona Virgen de Montevirgen, pero también la de convento que albergó hasta el siglo XIX a frailes franciscanos descalzos de la Provincia de San Gabriel. En torno al lugar elegido para su construcción circulan varias leyendas relacionadas con hechos milagrosos; recogemos la descrita en dichas Crónicas: “...en este sitio apareció una imagen de Nuestra Señora sobre un pilar, y queriendo llevar la dicha imagen a Çafra la pusieron sobre una mula, la qual mula rebentó luego, y la imagen fue buelta a hallar en el pilar”.

    El Charco de Aldonza es la última de las tres cosas hermosas que tiene Villalba; lugar situado en el río Guadajira, nos da pie para explicar la importancia vital que este afluente del Guadiana tuvo para el pueblo: camino natural de obligado paso en los lejanos tiempos medievales (de ahí la presencia del castillo para vigilarlo); abastecimiento de agua; riego de las centenarias huertas; pesca de peces y ranas; fuerza motriz para los numerosos molinos harineros que surgieron en sus orillas... Se trata por lo tanto del condicionante natural, tras el condicionante civil que es el castillo, y el religioso que es la torre. Pero también cabe aquí lo legendario y evocador, ya que en torno al Charco de Aldonza se desarrolló una famosa y entrañable historia de amor (recogida por López Prudencio en su Vargueño de Saudades): la que protagonizan Hernán Galeas, el Marqués de Santillana y la pastora Aldonza, la cual da hoy nombre al paraje del río donde acabó el drama.

    Termina el capítulo con un análisis de la población de Villalba y su riqueza económica. Se trata de explicar por qué este pueblo, que comenzó su andadura histórica como una de las principales villas de la zona, llega a la actualidad convertido en uno de los núcleos poblacionales con menos entidad. Y más aún teniendo en cuenta que sus bases productivas de partida eran las más ventajosas de todos los pueblos del Señorío: extenso término municipal, las mejores tierras, menos terreno improductivo de montes, una gran dehesa comunal para el vecindario... Sin embargo este potencial económico no supuso la prosperidad para todos, más bien al contrario, pues es sorprendente que su porcentaje de pobres sea de los más elevados de la provincia y el de hidalgos entre los más altos de la región, dando lugar así a una sociedad muy polarizada. El que el Duque fuese el dueño de las tierras, el excesivo monocultivo ganadero-cerealístico, el gran número de hidalgos que imponen sus intereses, etc., explican en parte el origen de su estancamiento.

    En la tercera parte, el acertado recurso del paso de las estaciones sirve para introducirnos en la casi devastada cultura popular. El uniformismo que nos impone la sociedad de hoy no ha impedido, sin embargo, que se rescaten costumbres singulares, que no son más que respuestas del hombre rural a su medio, a su entorno, o a las condiciones socioeconómicas impuestas. Chascarrillos, juegos, fiestas, entierros, matanzas, quintos, noviazgos, oficios... cobran vida en el libro, donde reverberan como ecos y signos del ayer.

    Cierra el libro el apartado dedicado a las letras villalbenses, destacando los romances tradicionales y anónimos transmitidos por Alonso Parra, o la poesía popular de Ramón Lencero, pero sobre todo el gran poeta José Iglesias Benítez. También se incluye un análisis del romance Noche Fecunda de Gabriel y Galán, aparecido en forma de manuscrito en Villalba, y con referencias en algunos de sus versos a lugares concretos de la villa.

    Y no podría faltar ese gran monumento literario que es Vargueño de Saudades de López Prudencio publicado en 1917, quien tuvo el acierto de elegir este pueblo como escenario principal de la obra. Ello fue debido a que el autor mantuvo una íntima amistad tanto personal como política con Sebastián García Guerrero, que residía en la localidad administrando los bienes del Duque. Fruto de las historias sobre Villalba que éste contaba a tan insigne escritor, compuso Vargueño de Saudades. Por otra parte, García Guerrero, presidente de la Diputación en los años de la Dictadura de Primo de Rivera, creó en 1925 el Centro de Estudios Extremeños, nombrando director a López Prudencio, y en 1927 nace la Revista del Centro de Estudios Extremeños dirigida también por dicho literato. En el libro el autor demuestra la indudable calidad de sus composiciones líricas, recurriendo al pasado lejano como fórmula para crear un bello canto a las añoranzas. Añoranzas que penetran con más fuerza si se trata de una rememoración de realidades históricas de Villalba: Don Rodrigo Adalid de Altamira es García Guerrero; Gregorio Silvestre, paje de los Condes de Feria, poeta y posible autor de las canciones de la Cruz de Mayo; la familia de los Galeas fue una de las más poderosas del pueblo en el siglo XVI, como así está documentado en los libros sacramentales de la parroquia; el escritor universal Íñigo López de Mendoza, Primer Marqués de Santillana, se casó con Catalina Suárez de Figueroa, hermana de Gómez Suárez de Figueroa, quien vivió en el castillo durante el siglo XV, por lo que no es disparatado que el Marqués de Santillana pasara algunas temporadas en dicho castillo; ambos, Galeas y Santillana, protagonizan el ya citado romance con la pastora Aldonza, lo que serviría al segundo para componer más tarde sus famosas Serranillas.

    Todas estas añoranzas llegan a lo más profundo del lector si éste participa de los hechos, personajes, lugares, situaciones, etc., que en ella se relatan. Nadie como un villalbense puede sentir toda la poética que el autor trasmite. Se vive con toda su intensidad cualquier rincón lejano en el tiempo, cualquier día lluvioso y gris, el castillo recobra su esplendor, se engalana con sus mejores prendas; las calles se llenan de gente viendo pasar la rica comitiva de la Condesa de Feria; y el lector lo ve, el lector quiere trascender el anodino presente y mezclarse en los devaneos del Marqués de Santillana con la bella pastora Aldonza, ser testigo de la composición de sus Serranillas tras la tragedia allá en uno de los ricos salones del castillo, en una tarde de triste neblina invernal... Tras la lectura de sus páginas cambia la visión del pueblo, estamos más cerca de su alma, de su esencia y espíritu. Vargueño de Saudades es un regalo a Villalba, un regalo literario inestimable.

    En definitiva Villalbita la Chica es un entrañable libro para soñar, una obra que rescata del pasado realidades lejanas, a punto de sucumbir ante los vientos arrasadores de la cultura moderna. Y es que un hombre vale lo que vale su memoria, y un pueblo vale lo que la memoria de sus hombres.
 

José María Iglesias Mateo
Profesor de Historia
IES Santiago Apóstol
Almendralejo