FRAGMENTO NUEVE DE DIÁLOGO MISÓGINO
SINOPSIS:
Una mujer se equivoca en el teléfono al marcar un número.
Se pone un hombre. Una equivocación sin más. Al momento,
la mujer cree llamar a la persona correcta, pero se confunde de nuevo,
y marca el mismo número de antes. Se establece una
conversación entre ambos. A veces se corta la
comunicación y a veces ella cree hablar con otra persona, pero
siempre marcando el mismo número equivocado. Se suceden sin
solución de continuidad situaciones absurdas y disparatadas en
juego imparable. La anagnórisis final descubrirá, sin
embargo, que las llamadas equivocadas no partían de una persona
ingenua y despistada, sino que tal vez había una
intención buscada. El público no se lo esperará.
(Suena el teléfono.)
HOMBRE. -¿Sí? ¿Dígame? ¿Diga?
MUJER. -Juan, mira, que ya está bien con la línea... Ay, si me parece... Ya no lo vuelvo a molestar aunque me tenga que morder la lengua esta que me trae por el camino de la amargura...
HOMBRE. -Por cierto. No sé ni cómo se llama.
MUJER. -¿De verdad quiere saberlo? ¿Después de la que le estoy formando?
HOMBRE. -Cómo formando. Para nada. Es un placer.
MUJER. -Se burla usted.
HOMBRE. -Cómo burla. Y no me llame de usted, que me hace más viejo.
MUJER. -¿De veras?
HOMBRE. -Si ya casi como si nos conociéramos.
MUJER. -Es verdad.
HOMBRE. -¿Entonces no tiene nombre?
MUJER. -Ay, perdone. Perdona. Me llamo María.
HOMBRE. -Un buen nombre, sí, señor. Un nombre contundente, de un trazo.
MUJER. -¿Le gusta? ¿Te gusta?
HOMBRE. -Sí. Sí. Y bonito, como bonita ha de ser quien lo lleva.
MUJER. -Huy, qué va. Pero eres muy amable. De hecho, lo que más me gusta de ti es tu voz, tan tierna. Y estaba pensando... Pero qué tonterías se me pasan por la cabeza. Tú, como estás casado y esas cosas...
HOMBRE. -¿Casado yo? Para nada.
MUJER. -No me digas.
HOMBRE. -Como lo oyes.
MUJER. -Qué alegría. Quiero decir que soltero no, pero con novia, claro.
HOMBRE. -Solterito y sin compromiso.
MUJER. -Es increíble. Pues yo había pensado... Pero, claro, antes, debía conocerte, o sea, conocernos, si a ti no te parece mal.
HOMBRE. -Qué me va a parecer mal. Al contrario.
MUJER. -Y si hiciéramos amistades, algún fin de semana... si no es molestia... en mi chalet... que se está tan confortable. No quiero que pienses que alardeo de mis posesiones y tierras.
HOMBRE. -Cuantas hectáreas decías.
MUJER. -Dos mil o más. No me acuerdo. Es el administrador el que las lleva. Yo de eso no entiendo.
HOMBRE. -Me pareció haberte escuchado mil.
MUJER. -Dos mil, dos mil o más. Puede que tres mil. Todas de regadío. Eso si lo sé. Lo sé de buena tinta, porque aprovecho para lavar el coche.
HOMBRE. -Buena idea.
MUJER. -No es necesario que espere a que llueva. Lo pongo debajo del riego, y me lo deja como los chorros del oro. Y de paso aprovecho para lavarme yo también, que desde que se murió mi marido, padecía un poco de depresión.
HOMBRE. -¿Cuánto más o menos?
MUJER. -Más o menos no sabría especificarte, pero una depresión postparto.
HOMBRE. -Ésa es de las que más duelen.
MUJER. -Sobre todo cuando se tienen mellizos.
HOMBRE. -Dos criaturas saliendo de golpe...
MUJER. -No. Lo peor es bañarlos, vestirlos y darles de comer al mismo tiempo. Eso sí que es latoso.
HOMBRE. -Juraría que no tenías hijos.
MUJER. -Y no los tengo. Son los sobrinos, que dan más lata que los propios hijos.
HOMBRE. -Cierto. Yo tengo un sobrino que vale por dos.
MUJER. -Come mucho...
HOMBRE. -Y molesta por cuatro.
MUJER. -Pero cuántos sobrinos tienes en total.
HOMBRE. -Uno sólo. Pero hace por un regimiento.
MUJER. -Si hace de General no me lo mientas siquiera, que entonces harta a cualquiera.
HOMBRE. -Dímelo a mi, que hice la mili en Melilla, y todavía me acuerdo de ella.
MUJER. -Fue dura.
HOMBRE. -Más bien empalagosa. La novia que tuve allí. Era hermana del General. Me la tuve que tragar con patatas para que me fuera bien la cosa. Pero si yo llego a saber antes que era quien era, otro gallo hubiera cantado. La pesada esa.
MUJER. -A quién se le ocurre salir con pesadas.
HOMBRE. -Si sólo lo hacíamos para cachondearnos. Después de que nos emborrachábamos, no teníamos otra cosa mejor que hacer.
MUJER. -Yo cuando no tengo otra cosa mejor que hacer, la hago un poquito peor. Por eso lavo tanto el coche.
HOMBRE. -Las tierras darán buenos frutos.
MUJER. -Sí. Pero sólo en verano.
HOMBRE. -Es lo malo. De todas formas se extraen buenos rendimientos económicos del regadío.
MUJER. -Eso es lo que yo preveía. Pero se pierden muchas cosechas. Como son de regadío, hay que regarlas, y en verano se agradece, pero en invierno cuando llueve, se empantana que es un gusto. Yo por lo que me han dicho, que no entiendo una papa.
HOMBRE. -Sería mejor no regarlas en invierno.
MUJER. -¿Y qué sentido tendría entonces ponerlas de regadío?
HOMBRE. -También es verdad. ¿Y el chalet de qué año es?
MUJER. -Grande por dentro y por fuera.
HOMBRE. -No. Que de qué año es.
MUJER. -Ah, no tiene fecha de caducidad.
HOMBRE. -No. Que si es viejo o nuevo.
MUJER. -De lejos da la impresión de ser viejo, pero cuando te acercas, se ve a las claras que está pintado.
HOMBRE. -No será de cartón.
MUJER. -Si lo fuera, lo sabría yo.
HOMBRE. -¿Y dices que te aburres en el chalet?
MUJER. -Como una ostra perlífera solitaria. Pero cuando me encuentro con gente, me disparo y no me callo, y no se aburren conmigo.
HOMBRE. -Hay que probarlo.
MUJER. -Si quieres, podemos vernos algún día de la semana.
HOMBRE. -De qué semana.
MUJER. -De ésta que entra.
HOMBRE. -Por mí no hay inconveniente.
MUJER. -¿Entonces quedamos, por ejemplo, el viernes?
HOMBRE. -Perfecto.
MUJER. -¿El viernes a la nueve?
HOMBRE. -Perfecto. ¿Y si luego se tercian unas copas?
MUJER. -Hecho.
HOMBRE. -Dónde.
MUJER. -¿Conoces la cafetería Diana?
HOMBRE. -Sí, sí.
MUJER. -Entonces hasta el viernes a la nueve.
HOMBRE. -Hasta el viernes a las nueve.
MUJER. -Estupendo. Pues adiós.
HOMBRE. -Adiós.
MUJER. -Oye. Espera. Y cómo nos vamos a reconocer.
HOMBRE. -Es verdad. A ver. Yo soy alto.
MUJER. -Guau.
HOMBRE. -Delgado.
MUJER. -Guau.
HOMBRE. -Con hombros anchos.
MUJER. -Guau.
HOMBRE. -Con algunas entradas.
MUJER. -Ah.
HOMBRE. -No tengo pérdida. Además, mi nombre es Antonio ¿Y tú?
MUJER. -Yo me llamo María. Yo soy de estatura mediana, o sea altita.
HOMBRE. -Guau.
MUJER. -Rubia.
HOMBRE. -Guau.
MUJER. -Y llevaré a mi perrita Sisí.
HOMBRE. -Ah. Pues bien, estupendo. Hasta el viernes entonces. De norma de conducta. Ven, vamos.
MUJER. -Chao.
MUJER. -Juan, mira, que ya está bien con la línea... Ay, si me parece... Ya no lo vuelvo a molestar aunque me tenga que morder la lengua esta que me trae por el camino de la amargura...
HOMBRE. -Por cierto. No sé ni cómo se llama.
MUJER. -¿De verdad quiere saberlo? ¿Después de la que le estoy formando?
HOMBRE. -Cómo formando. Para nada. Es un placer.
MUJER. -Se burla usted.
HOMBRE. -Cómo burla. Y no me llame de usted, que me hace más viejo.
MUJER. -¿De veras?
HOMBRE. -Si ya casi como si nos conociéramos.
MUJER. -Es verdad.
HOMBRE. -¿Entonces no tiene nombre?
MUJER. -Ay, perdone. Perdona. Me llamo María.
HOMBRE. -Un buen nombre, sí, señor. Un nombre contundente, de un trazo.
MUJER. -¿Le gusta? ¿Te gusta?
HOMBRE. -Sí. Sí. Y bonito, como bonita ha de ser quien lo lleva.
MUJER. -Huy, qué va. Pero eres muy amable. De hecho, lo que más me gusta de ti es tu voz, tan tierna. Y estaba pensando... Pero qué tonterías se me pasan por la cabeza. Tú, como estás casado y esas cosas...
HOMBRE. -¿Casado yo? Para nada.
MUJER. -No me digas.
HOMBRE. -Como lo oyes.
MUJER. -Qué alegría. Quiero decir que soltero no, pero con novia, claro.
HOMBRE. -Solterito y sin compromiso.
MUJER. -Es increíble. Pues yo había pensado... Pero, claro, antes, debía conocerte, o sea, conocernos, si a ti no te parece mal.
HOMBRE. -Qué me va a parecer mal. Al contrario.
MUJER. -Y si hiciéramos amistades, algún fin de semana... si no es molestia... en mi chalet... que se está tan confortable. No quiero que pienses que alardeo de mis posesiones y tierras.
HOMBRE. -Cuantas hectáreas decías.
MUJER. -Dos mil o más. No me acuerdo. Es el administrador el que las lleva. Yo de eso no entiendo.
HOMBRE. -Me pareció haberte escuchado mil.
MUJER. -Dos mil, dos mil o más. Puede que tres mil. Todas de regadío. Eso si lo sé. Lo sé de buena tinta, porque aprovecho para lavar el coche.
HOMBRE. -Buena idea.
MUJER. -No es necesario que espere a que llueva. Lo pongo debajo del riego, y me lo deja como los chorros del oro. Y de paso aprovecho para lavarme yo también, que desde que se murió mi marido, padecía un poco de depresión.
HOMBRE. -¿Cuánto más o menos?
MUJER. -Más o menos no sabría especificarte, pero una depresión postparto.
HOMBRE. -Ésa es de las que más duelen.
MUJER. -Sobre todo cuando se tienen mellizos.
HOMBRE. -Dos criaturas saliendo de golpe...
MUJER. -No. Lo peor es bañarlos, vestirlos y darles de comer al mismo tiempo. Eso sí que es latoso.
HOMBRE. -Juraría que no tenías hijos.
MUJER. -Y no los tengo. Son los sobrinos, que dan más lata que los propios hijos.
HOMBRE. -Cierto. Yo tengo un sobrino que vale por dos.
MUJER. -Come mucho...
HOMBRE. -Y molesta por cuatro.
MUJER. -Pero cuántos sobrinos tienes en total.
HOMBRE. -Uno sólo. Pero hace por un regimiento.
MUJER. -Si hace de General no me lo mientas siquiera, que entonces harta a cualquiera.
HOMBRE. -Dímelo a mi, que hice la mili en Melilla, y todavía me acuerdo de ella.
MUJER. -Fue dura.
HOMBRE. -Más bien empalagosa. La novia que tuve allí. Era hermana del General. Me la tuve que tragar con patatas para que me fuera bien la cosa. Pero si yo llego a saber antes que era quien era, otro gallo hubiera cantado. La pesada esa.
MUJER. -A quién se le ocurre salir con pesadas.
HOMBRE. -Si sólo lo hacíamos para cachondearnos. Después de que nos emborrachábamos, no teníamos otra cosa mejor que hacer.
MUJER. -Yo cuando no tengo otra cosa mejor que hacer, la hago un poquito peor. Por eso lavo tanto el coche.
HOMBRE. -Las tierras darán buenos frutos.
MUJER. -Sí. Pero sólo en verano.
HOMBRE. -Es lo malo. De todas formas se extraen buenos rendimientos económicos del regadío.
MUJER. -Eso es lo que yo preveía. Pero se pierden muchas cosechas. Como son de regadío, hay que regarlas, y en verano se agradece, pero en invierno cuando llueve, se empantana que es un gusto. Yo por lo que me han dicho, que no entiendo una papa.
HOMBRE. -Sería mejor no regarlas en invierno.
MUJER. -¿Y qué sentido tendría entonces ponerlas de regadío?
HOMBRE. -También es verdad. ¿Y el chalet de qué año es?
MUJER. -Grande por dentro y por fuera.
HOMBRE. -No. Que de qué año es.
MUJER. -Ah, no tiene fecha de caducidad.
HOMBRE. -No. Que si es viejo o nuevo.
MUJER. -De lejos da la impresión de ser viejo, pero cuando te acercas, se ve a las claras que está pintado.
HOMBRE. -No será de cartón.
MUJER. -Si lo fuera, lo sabría yo.
HOMBRE. -¿Y dices que te aburres en el chalet?
MUJER. -Como una ostra perlífera solitaria. Pero cuando me encuentro con gente, me disparo y no me callo, y no se aburren conmigo.
HOMBRE. -Hay que probarlo.
MUJER. -Si quieres, podemos vernos algún día de la semana.
HOMBRE. -De qué semana.
MUJER. -De ésta que entra.
HOMBRE. -Por mí no hay inconveniente.
MUJER. -¿Entonces quedamos, por ejemplo, el viernes?
HOMBRE. -Perfecto.
MUJER. -¿El viernes a la nueve?
HOMBRE. -Perfecto. ¿Y si luego se tercian unas copas?
MUJER. -Hecho.
HOMBRE. -Dónde.
MUJER. -¿Conoces la cafetería Diana?
HOMBRE. -Sí, sí.
MUJER. -Entonces hasta el viernes a la nueve.
HOMBRE. -Hasta el viernes a las nueve.
MUJER. -Estupendo. Pues adiós.
HOMBRE. -Adiós.
MUJER. -Oye. Espera. Y cómo nos vamos a reconocer.
HOMBRE. -Es verdad. A ver. Yo soy alto.
MUJER. -Guau.
HOMBRE. -Delgado.
MUJER. -Guau.
HOMBRE. -Con hombros anchos.
MUJER. -Guau.
HOMBRE. -Con algunas entradas.
MUJER. -Ah.
HOMBRE. -No tengo pérdida. Además, mi nombre es Antonio ¿Y tú?
MUJER. -Yo me llamo María. Yo soy de estatura mediana, o sea altita.
HOMBRE. -Guau.
MUJER. -Rubia.
HOMBRE. -Guau.
MUJER. -Y llevaré a mi perrita Sisí.
HOMBRE. -Ah. Pues bien, estupendo. Hasta el viernes entonces. De norma de conducta. Ven, vamos.
MUJER. -Chao.
José Calderón González
IES Meléndez Valdés
Villafranca de los Barros