Sławomir
Mrożek,
Juego de azar, El acantilado (Narrativa del acantilado),
Barcelona, 2001
Los
mal llamados países del Este siguen siendo para nosotros una
excrecencia hacia la que no sabemos ni cómo ni cuándo mirar. En la
conciencia de un europeo occidental apenas están presentes la República
Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia... Por no hablar de la
propia Rusia. La literatura que se produce en estos países es, en
consecuencia, una literatura marginal, poco traducida y menos publicitada.
Es cierto que escritores como Kundera o Cioran, checo el uno, rumano el
otro, han alcanzado una indiscutible proyección internacional, pero también
es cierto que su éxito es paralelo a su occidentalización:
ambos han escrito parte de su obra directamente en francés. Mal que nos
pese, sin embargo, la literatura de estas naciones centroeuropeas que nos
obstinamos en llamar del Este es enormemente rica y diversa.
Polonia, por ejemplo, país al que pertenece Sławomir
Mrożek,
ha dado al mundo nada menos que tres Premios Nobel. El primero fue Henryk
Sienkiewicz, conocido sobre todo por su novela Quo vadis. En 1980
lo obtuvo Czesław
Miłosz, autor de una vasta obra poética, de ensayos tan
significativos como El pensamiento cautivo u Otra Europa,
y de una deliciosa novela, El valle del Issa, que nos permitimos
recomendar vivamente (narra la infancia de Tomás, un trasunto del propio
Miłosz, en la Lituania rural y mágica de principios del siglo XX;
está editada en Tusquets). La tercera Premio Nobel (1993) es Wisława
Szymborska, una poetisa sorprendente, poseedora de una mirada al mismo
tiempo tierna e irónica, desencantada y alegre.
El
escritor que ahora nos ocupa, Sławomir
Mrożek,
es tan conocido en Polonia como los tres Nobel citados. Comenzó su
carrera como periodista y dibujante satírico, para después dedicarse al
teatro (que le procuró un excepcional éxito popular) y a la narración. Juego
de azar es una muestra de esta última faceta: una selección de
veinticuatro relatos que, como todos los suyos, resultan difíciles de
calificar. Breves desde luego. Brillantes también. Pasmosos,
inhabituales, raros, deslumbrantes... Basten algunos ejemplos, situaciones
absurdas que Mrożek
resuelve insólitamente: ¿Qué
pensaríamos de nosotros mismos si, decididos a vender nuestra alma al
diablo, nos encontráramos con un demonio desgarbado, torpe y sin lustre,
con una chapuza de demonio? ¿Qué precio estaría dispuesto a ofrecernos
un tipejo así? Un pueblecito modesto se empeña en dignificar su imagen.
¿Qué hacer entonces con el ladrón oficial, un desgraciado y andrajoso
robagallinas? ¿No se merecería un pueblo dispuesto a cualquier
sacrificio un delincuente de guante blanco, capaz de emular a James Bond?
Mañana empezaré una nueva vida. ¿Mañana? ¿Exactamente qué tiempo es
el que indica la palabra mañana? ¿Cómo debería comportarse un
juicioso y racional hombre europeo si un cocodrilo entrase de repente en
su dormitorio?...
Dueño
de un sentido del humor desconcertante y ácido, Mrożek
no defraudará a quien quiera buscar la solución de estas historias.

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