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DANIEL ESTEPA
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Se
planteaba Aristóteles hace más de 23 siglos que somos lo que somos, seres
humanos, gracias al “logos”. Con esto venía a decir que para ser humanos
necesitamos la racionalidad, y que ésta se desarrolla a través del lenguaje.
Por eso da la famosa definición de ser humano como animal político, o social;
porque el lenguaje se adquiere y evoluciona en sociedad. No se puede hablar con
plenitud de sentido de lenguaje individual, el lenguaje egológico del que
hablan Vygotsky y otros psicólogos evolutivos no es más que un entrenamiento
del lenguaje, cuya función es siempre comunicativa; y por tanto necesita
siempre del otro.
Esta es la conclusión:
mi racionalidad, mi humanidad, dependen de los otros. Por lo que necesito que
los demás la tengan para que me la puedan contagiar a mí. Por tanto es a
partir del proceso de enculturación como adquiriría mi humanidad.
Y es aquí donde surge
el problema, ¿Tiene nuestra sociedad suficiente racionalidad y humanidad para
repartir? Parece que se coincide en considerar que poseemos un nivel cultural
bastante alto en abstracto (saber cultural general en continuo avance), pero que
sin embargo el nivel cultural individual desciende progresivamente. Hay cada vez
más datos culturales que sabemos que están ahí, o incluso ni lo sabemos, pero
que no conocemos. Por lo tanto si Aristóteles estaba en lo cierto, cada vez
pudiendo ser más humanos, lo somos sin embargo menos.
Tendemos a vernos como
una excepción dentro de una sociedad rudimentaria, pero... ¿Hasta qué punto
puede ser esto así? ¿Hasta que punto esta situación no nos convierte también
a nosotros en cada vez más rudimentarios? Creo que nos gustaría pensar que
podemos instaurar una especie de élite separada de la mediocridad, pero tampoco
parece ser esto muy coherente si afirmamos que esa mediocridad dirige el rumbo
general de la sociedad, de esa sociedad a la que también nosotros pertenecemos.
Es por eso que todo esto más bien parece un mecanismo de defensa para no
sentirnos derrotados. Y puede que realmente funcione, pero no si lo que queremos
es huir de los demás; sino únicamente si somos capaces de analizar la situación
y hacer lo posible por enfrentarnos a ella. Lo que supone no sólo un esfuerzo
en lo personal, sino que también es indispensable que cuide y mejore mis
relaciones con los demás, de quienes sigue dependiendo mi humanidad. Es fundamental que volvamos a dar de una vez el papel que se merece a la educación. Y hablo de educación en el sentido más amplio posible. A la que debe constituir la misión principal de los padres, y a la que contribuirán de manera importante los maestros o profesores. Pero también a la que se consigue de un amigo, o incluso de un apenas conocido, durante una buena charla (con o sin copa de por medio). No podemos rendirnos ante el hecho de que los adolescentes hayan llegado a un nivel de uso del lenguaje en el que difícilmente dominarán más palabras que un extranjero interesado por nuestro idioma. Evidentemente, apenas leen, porque les supone un gran esfuerzo ya que tienen poco vocabulario, y no perciben que esa es la frontera, que hay que ampliar el lenguaje, y que eso no se consigue sin esfuerzo. Ese puede ser realmente el cáncer que nos está minando, estamos demasiado acomodados, no queremos sufrir lo más mínimo, y esta pasividad es la que está acabando con nuestra humanidad. El ideal de vivir lo mejor posible parece que nos está guiando en la dirección equivocada. Ya está bien de dejar pasar el tiempo desparramados frente a un televisor, con una programación que a juzgar por lo que oímos no satisface a nadie, y sin embargo son esos programas más ampliamente acusados con todo tipo de argumentos (cuando en realidad carecen tanto de contenidos que pueden ser poco menos que aburridos) los que alcanzan niveles históricos de audiencia. No se trata de pasar el tiempo, hay que disfrutarlo, me tiene que entusiasmar lo que hago. No se trata de quedarme como estoy, quiero estar mejor, ser mejor.Y si queremos ser mejores, más humanos, más racionales tenemos que esforzarnos para conseguirlo. Hay que tener cosas que aprender y que decir, y encontrar gente, cuanta más mejor, que nos escuche y que nos cuente. Dependemos de los demás, pero precisamente por eso no podemos conformarnos con dejarnos llevar, sobre todo si no nos gusta la dirección que va tomando el camino. Algo tendremos que decir. |