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            LA OBRA DEL BROCENSE

 

 

            La producción del Brocense engloba obras gramaticales, retóricas, filosóficas, astronómicas y geográficas, filológicas, obra poética, estudios sobre poetas, etc. En los 4 volúmenes de Mayáns se recogen 27 obras (no aparece la Minerva), de algunas de las cuales ofrecemos una pequeña noticia a continuación.

 

            Hay tres obras de gramática latina: Verae brevesque Grammatices Latinae Institutiones, Arte para en breve saber latín y  De Grammaticae partibus libellus; hay además una gramática griega.

 

            Encontramos también obras retóricas: De arte dicendi (manual de retórica escrito en su juventud con finalidades didácticas) y el Organum dialecticum et rhetoricum, obra filosófico-retórica donde, además de desarrollar más ampliamente las partes de la retórica,  fija los límites y el espacio común de dialéctica y retórica.

 

            Hay obras filosóficas: la más famosa es la pequeña obra De nonnullis Porphirii erroribus[1], donde polemiza con Porfirio y con Aristóteles sobre los predicables, los predicamentos, los universales, las categorías, etc. Este librito provocó una recensión feroz de fray Antonio de Arce, calificador de la Inquisición, que concluye con estas palabras: “de todo el discurso del libro se colige ser el autor muy insolente, atrevido, mordaz, como lo son todos los gramáticos y erasmistas”[2].

 

            Se encuentran también obras astronómicas: Declaración y uso del reloj español, una especie de calendario perpetuo para calcular las fechas de las fiestas de cada año, y otras muchas noticias astronómicas; la Sphaera Mundi, excelente introducción a la cosmografía.

 

            Tenemos también obras filológicas de gran erudición: ediciones y comentarios de Virgilio, Horacio, Pomponio Mela, y obras especialmente difíciles de la literatura latina como las Sátiras de Persio, el Ibis de Ovidio o el Gryphus de Ausonio. También comenta y edita obras latinas más cercanas a su tiempo, como las también difíciles Silvae de Poliziano o los Emblemas de Alciato, demostrando en esta última un dominio excepcional de las literaturas griega y romana. No sólo encontramos entre su producción obras relacionadas con la literatura latina, sino que también hay comentarios de poetas castellanos, como Juan de Mena y Garcilaso de la Vega.

 

            Aunque no se conserven, sabemos, por la lista de papeles que le incautó la Inquisición, que escribió varias obras dramáticas, en castellano y en latín: Bersabé, Calíope, Auto de Hábeas Christi, Comedia del Rey Asuero, Achilles inventus, etc.

 

            Sabemos que también tenía conocimientos de medicina, que dio clases de música, y demostró asimismo en sus obras amplios conocimientos en ornitología.

 

            La obra cumbre del Brocense es su Minerva sive de causis linguae latinae. Con sus cuatro bloques (estudio de las partes de la oración, del nombre, del verbo y de las figuras), la Minerva supone un estupendo esfuerzo por someter el estudio de la lengua a la razón. Frente a los primeros gramáticos del Humanismo (Lorenzo Valla, Antonio de Nebrija), que escriben gramáticas basadas en el usus de los autores antiguos, con un carácter exclusivamente normativo, el Brocense pone como piedra angular de todo su sistema gramatical la ratio: no reconoce otra autoridad que la razón. El Brocense llevó hasta sus últimas consecuencias la racionalización del estudio gramatical. Su obsesión por encajarlo todo en esquemas racionales lo arrastra en ocasiones a extremos de dudosa aceptabilidad: como cuando considera que el hipérbaton latino es un desorden, o cuando se sirve más de lo debido de la elipsis, instrumento esencial de su sistema. En esa búsqueda de esquemas racionales trasciende las fronteras de la lengua latina, para llegar hasta una gramática general.

 

            Frente al tópico que hace del Brocense el padre de la gramática general y teórica, hay que recordar que la Minerva no es la primera ni será la última de las gramáticas racionales y teóricas, pero sí constituye un hito importantísimo. En el Brocense hay muchas cosas que están ya en Apolonio Díscolo (gramático helenístico del siglo II d. C.) y en su seguidor latino, Prisciano (siglo VI d. C.), y que han llegado a la Minerva a través de la Edad Media, de Tomás Linacro (De emendata structura, 1524) y de Julio César Escalígero (De causis linguae latinae, 1540). Pero quizá lo más original del Brocense sea la distinción entre lo que es el nivel teórico y gramatical de una lengua y el nivel de uso. Considera que un gramático debe buscar la estructura racional de la lengua y desde ella explicar los usos.

 

            La Minerva tuvo dos ediciones: la pequeña Minerva de 1562, y la Minerva definitiva de 1587. La Minerva de 1587 es algo así como el testamento gramatical del Brocense, en el que recoge todo lo que hasta entonces él mismo había escrito sobre gramática latina, y no sólo lo que había dicho en la Minerva de 1562, sino también lo que había aparecido en las diferentes ediciones de las Institutiones y de los Paradoxa.

 

Lo cierto es que la Minerva fue durante más de dos siglos la obra gramatical definitiva en Europa, donde no encontró rival. Su influencia fue enorme en muchas naciones europeas. No así en España, donde el Arte de Nebrija estuvo vigente durante siglos y el Brocense tuvo poca difusión. La influencia de la Minerva se dejó sentir en la gramática racionalista de Port-Royal y, mucho más actualmente, en la gramática generativa de Chomsky[3].

 

 


 

[2] A. Tovar y M. de la Pinta, Procesos inquisitoriales contra Francisco Sánchez de las Brozas, Madrid, 1941, págs. 69-75.

[3] Chomsky no se considera deudor del Brocense, y no lo es directamente, pero sí a través de intermediarios. Lakoff puso de manifiesto la ignorancia de Chomsky respecto a la Minerva (entre otras cosas porque no sabía latín y la obra no estaba entonces traducida), y después de ella otros estudiosos han dejado clara la deuda de Chomsky con la Minerva.

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