EPINICIOS:
1.
A Astilo de Crotona o de Siracusa. ¿Quién
de los de ahora se ha ceñido tantas veces la cabeza o con hojas de mirto o con
coronas de rosas tras triunfar en las competiciones de las ciudades vecinas?
2.
A Anaxilao de Region. Os saludo,
hijas de las yeguas[1]
de pies veloces como el viento.
3.
A Glauco de Caristo. Ni el fuerte
Pólux lanzaría sus puños contra él, ni el férreo hijo de Alcmena.
TRENOS:
1.
De
los hombres pequeña es la fuerza, sin éxito son los propósitos y en una vida
breve tienen trabajo tras trabajo; y la muerte, de la que no se puede huir, está
suspendida sobre todos con igualdad: pues de ella igual parte les toca a los
altos y a los bajos.
2.
No
existe mal que no puedan los hombres esperar: en tiempo escaso todo lo pone boca
abajo el dios.
3.
De
los que en las Termópilas[2]
murieron, gloriosa es la fortuna, bello el destino, un altar es su tumba, en vez
de lamentos hay recuerdos, el duelo es un elogio: y este presente funerario ni
el moho ni el tiempo, que lo consume todo, lo borrará.
Este
monumento funerario de hombres valientes ha ganado una gloria de Grecia que es
suya ya; de ella es también Leónidas[3]
testigo, el rey de Esparta que ha dejado un gran ornamento de valor y una fama
que fluye eternamente.
[1] Cuenta Aristóteles que Simónides se negaba a cantar a Anaxilao, vencedor en la carrera de carros tirados por mulas, pretextando lo poco noble de este animal. Cuando se le ofreció más dinero, venció sus escrúpulos, llamando a las mulas ‘hijas de las yeguas’.
[2] Paso estrecho que comunica Grecia con el norte. Aquí, Leónidas, con un pequeño contingente griego, rechazó en 480 a los persas, causándoles muchas bajas.
[3] Rey espartano muerto en las Termópilas.