EL MITO DE EDIPO
LA
VERSIÓN MÁS ANTIGUA.
La
versión del mito de Edipo más antigua que conocemos nos la cuenta Homero en Odisea
XI, 271 y ss., entre los relatos del descenso de Odiseo a los Infiernos:
EDIPO Y ANTÍGONA PARTEN AL DESTIERRO.
Los siguientes versos son el final de la tragedia Fenicias, de Eurípides:
ANTÍGONA:
Otro deber más fuerte me llama en
este instante. Partiré con mi padre, también hacia el exilio, como hiciera mi
hermano.
CREONTE:
Esa nobleza, Antígona, que tu gesto
proclama, no sé si es una especie de contumaz locura...
ANTÍGONA:
Pues haré algo más: morir con él, si
es eso lo que me corresponde.
CREONTE:
Vete entonces por siempre de la ciudad de
Tebas. No voy a permitir que también a mi hijo llegues a asesinar... Abandona
el país.
EDIPO:
¡Cómo admiro, hija mía, tu gran abnegación!
ANTÍGONA:
Es que si me casara, padre, ¿podrías, solo, valerte en el exilio?
EDIPO:
Si tú fueras dichosa, yo me resignaría
con todas mis desgracias.
ANTÍGONA:
¿Y cómo, estando ciego y débil,
andaría errando por la tierra?
EDIPO:
Dejaría de andar. Me echaría en el
polvo en un lugar cualquiera, y allí se detendría mi destino.
ANTÍGONA:
¡Dónde queda el Edipo de los
grandes enigmas!
EDIPO:
Ya no existo, hija mía. Sólo un día
en la cumbre, otro día en la nada.
ANTÍGONA:
Yo debo, sin embargo, compartir tus
pesares.
EDIPO:
Vergonzoso el destierro será para
una hija con tal ruina de padre.
ANTÍGONA:
Yo sabré hacerlo digno con virtud y
recuerdos.
EDIPO:
Llévame finalmente, si así estás
decidida, al lugar en que yacen tu madre y tus hermanos. Quiero tocar sus
cuerpos antes de que partamos de la ciudad maldita.
ANTÍGONA:
Ven y lleva tu mano a los queridos cuerpos. Esta es tu triste esposa.
EDIPO:
¡Oh, madre, esposa mía, del dolor más
injusto! ¡Dónde están nuestros hijos, dónde los que guiaron la ignominia
suicida...!
ANTÍGONA:
Aquí los tienes, padres, unidos en
la muerte los que en vida lucharon por hados violentos... Puedes tocar sus
rostros.
EDIPO:
¡Oh, queridos cadáveres, infelices
nacidos de un hombre condenado!
ANTÍGONA:
¡Oh, hermano queridísimo, nombre de Polinices tan grato para mí!
EDIPO:
Hija, la profecía de Loxias pide término.
El futuro ya es otro en manos de Creonte.
ANTÍGONA:
¿Qué profecía, padre? ¿Otro mal
nos acecha?
EDIPO:
Sólo que está mi muerte esperando
en Atenas. La sagrada Colono del dios de los caballos, con su bosque de Euménides,
abrirá mis pupilas cegadas con punzones. ¡Ya veo las antorchas, los bífidos
cabellos de enroscados delirios! ¡Y veo aquellas manos aferrando puñales, sus
ardientes escamas convertidas en aire! ¡Mas también veo, hija, tus manos
enterrando un cuerpo que descienda a las luces del Hades! ¡Un cuerpo que
desciende! ¡Un cuerpo que desciende!
[1] El nombre de la madre de Edipo de da en formas muy distintas. Es Epicaste en la Odisea, Yocasta en los trágicos; en el ciclo épico se llama Eurigania, y en otra variante Astimedusa.