EL MITO DE EDIPO

 

LA VERSIÓN MÁS ANTIGUA.

La versión del mito de Edipo más antigua que conocemos nos la cuenta Homero en Odisea XI, 271 y ss., entre los relatos del descenso de Odiseo a los Infiernos: 

Vi también a la madre de Edipo, la bella Epicaste[1], que cometió sin querer una gran falta casándose con su hijo, pues éste, luego de matar a su propio padre, la tomó por esposa. No tardaron los dioses en revelar a los hombres lo que había ocurrido y, con todo, Edipo, si bien tuvo sus contratiempos, siguió reinando sobre los cadmeos en la agradable Tebas por los perniciosos designios de las deidades; mas ella, abrumada por el dolor, fuese a la morada de Hades, de sólidas puertas, atando un lazo al elevado techo, y dejóle tantos dolores como causan las Erinis de una madre.

  

 EDIPO Y ANTÍGONA PARTEN AL DESTIERRO.

     Los siguientes versos son el final de la tragedia Fenicias, de Eurípides:

 

ANTÍGONA: Otro deber más fuerte me llama en este instante. Partiré con mi padre, también hacia el exilio, como hiciera mi hermano.

CREONTE: Esa nobleza, Antígona, que tu gesto proclama, no sé si es una especie de contumaz locura...

ANTÍGONA: Pues haré algo más: morir con él, si es eso lo que me corresponde.

CREONTE: Vete entonces por siempre de la ciudad de Tebas. No voy a permitir que también a mi hijo llegues a asesinar... Abandona el país.

EDIPO: ¡Cómo admiro, hija mía, tu gran abnegación!

ANTÍGONA: Es que si me casara, padre, ¿podrías, solo, valerte en el exilio?

EDIPO: Si tú fueras dichosa, yo me resignaría con todas mis desgracias.

ANTÍGONA: ¿Y cómo, estando ciego y débil, andaría errando por la tierra?

EDIPO: Dejaría de andar. Me echaría en el polvo en un lugar cualquiera, y allí se detendría mi destino.

ANTÍGONA: ¡Dónde queda el Edipo de los grandes enigmas!

EDIPO: Ya no existo, hija mía. Sólo un día en la cumbre, otro día en la nada.

ANTÍGONA: Yo debo, sin embargo, compartir tus pesares.

EDIPO: Vergonzoso el destierro será para una hija con tal ruina de padre.

ANTÍGONA: Yo sabré hacerlo digno con virtud y recuerdos.

EDIPO: Llévame finalmente, si así estás decidida, al lugar en que yacen tu madre y tus hermanos. Quiero tocar sus cuerpos antes de que partamos de la ciudad maldita.

ANTÍGONA: Ven y lleva tu mano a los queridos cuerpos. Esta es tu triste esposa.

EDIPO: ¡Oh, madre, esposa mía, del dolor más injusto! ¡Dónde están nuestros hijos, dónde los que guiaron la ignominia suicida...!

ANTÍGONA: Aquí los tienes, padres, unidos en la muerte los que en vida lucharon por hados violentos... Puedes tocar sus rostros.

EDIPO: ¡Oh, queridos cadáveres, infelices nacidos de un hombre condenado!

ANTÍGONA: ¡Oh, hermano queridísimo, nombre de Polinices tan grato para mí!

EDIPO: Hija, la profecía de Loxias pide término. El futuro ya es otro en manos de Creonte.

ANTÍGONA: ¿Qué profecía, padre? ¿Otro mal nos acecha?

EDIPO: Sólo que está mi muerte esperando en Atenas. La sagrada Colono del dios de los caballos, con su bosque de Euménides, abrirá mis pupilas cegadas con punzones. ¡Ya veo las antorchas, los bífidos cabellos de enroscados delirios! ¡Y veo aquellas manos aferrando puñales, sus ardientes escamas convertidas en aire! ¡Mas también veo, hija, tus manos enterrando un cuerpo que descienda a las luces del Hades! ¡Un cuerpo que desciende! ¡Un cuerpo que desciende!

 

[1] El nombre de la madre de Edipo de da en formas muy distintas. Es Epicaste en la Odisea, Yocasta en los trágicos; en el ciclo épico se llama Eurigania, y en otra variante Astimedusa.