En la época ciceroniana se va haciendo patente la descomposición política y social de Roma, y se va conformando la ruina del régimen republicano. La máquina constitucional no funciona ya. Comicios, magistraturas, tribunales son prueba de ello.
El gran principio del derecho electoral romano -la soberanía del pueblo presente en sus comicios- no corresponde ya a ninguna realidad. Las elecciones se efectúan por el manejo y por la fuerza. Las magistraturas no poseen ya ninguna autonomía. La justicia es despreciada y venal.
A mediados del siglo I a. C., este estado de descomposición política y social va a parar a dos fenómenos paralelos y sintomáticos: la conjuración en la sombra, la batalla en la calle.
El tipo clásico de la conspiración es la célebre conjuración de Catilina, quien, derrotado por dos veces en su candidatura al consulado (64 y 63), vio que su única esperanza de éxito se cifraba en un asalto violento al poder. Cicerón descubrió sus planes y, tras desenmascararlo en pleno Senado, Catilina deja Roma para ir a unirse al ejército de Manlio, antiguo oficial de Sila y partidario de la guerra. A su marcha, Cicerón expuso al pueblo los acontecimientos y la detención de cinco ciudadanos importantes que estaban al frente de grupos de conspiradores. El cónsul designado, Silano, propuso para ellos la pena de muerte; César, entonces pretor, propuso la cadena perpetua, una sanción nueva en la legislación romana. Marco Catón, tribuno, se pronunció vehementemente a favor de la pena de muerte y arrastró con él al Senado. El ejército de Catilina comenzó a dispersarse, y los que permanecieron junto a su líder fueron masacrados en una batalla un mes después. Cicerón nunca puso en duda que había salvado al estado de un grave peligro.
Después de la lucha en la sombra, el conflicto a la luz del día, el motín, no ya como en el pasado, episódico y excepcional, sino sistemático y permanente, con su personal, sus cuadros, su jefe. Su personal: las clases inferiores de la población urbana; sus cuadros: las juntas que, con pretextos diversos -religiosos, funerarios o políticos-, cunden en el interior de la ciudad; su jefe: un patricio que ha pasado a la plebe, P. Clodio. Tribuno en el 58, Clodio erige el motín en sistema, y los organiza como un verdadero negocio. El gobierno opone a Clodio otro cabecilla, Milón. Entre los dos rivales proseguirá la lucha durante cinco años.
La hora del poder militar, germen del poder personal, está a punto de sonar. En el 60 a.C. se produjo el pacto entre César, Pompeyo y Craso, conocido en la actualidad como 'primer triunvirato', mediante el cual se aseguraban para sí mismos una posición de poder en el estado. Duró mientras César conquistaba la Galia y Bretaña, hasta que Craso fue asesinado tras una derrota romana a mano de los partos en Carras en 53. Cuando César volvió de la Galia y pasó el río Rubicón hacia Italia, estalló la guerra civil entre César y Pompeyo, quien representaba el gobierno republicano constitucional. Pompeyo fue vencido de manera total en Farsalia; los republicanos continuaron con la guerra, pero su causa se vino abajo con el suicidio de Catón en 46 y su derrota por César en Munda en el 45. La dictadura de César introdujo el principio de autoridad personal en la constitución.
El destierro de Cicerón.
A finales del 62 a. C., un testimonio de Cicerón contra Clodio le granjeó la enemistad de éste, quien, como tribuno en el 58, presentó una proposición dirigida contra Cicerón en la que se declaraba fuera de la ley a quien hubiera condenado a muerte a ciudadanos romanos sin juicio previo. Cicerón abandonó Roma exiliado en marzo del 58. Pasó el exilio en Macedonia, concretamente en Tesalónica, y se trasladó a fines de ese mismo año a Dirraquio. Quedó totalmente abatido por su infortunio, pero Pompeyo tardó poco en comenzar a exigir el regreso de Cicerón con el apoyo del tribuno Milón. Cicerón fue requerido por una ley del pueblo el 4 de agosto del 57, y llegó a Roma un mes después, recibiendo una entusiasta bienvenida.