LA GUERRA DE LAS GALIAS
A comienzos del 58 a.C., César parte para su gobierno de la Galia. Consagrará a él ocho años. En cuanto llega, los secuanos y los heduos apelan a su intervención contra Ariovisto, y los helvecios se ponen en movimiento para ir a establecerse en la Galia. César ataca primero a los helvecios, los aplasta cerca de Bibracta y obliga a los supervivientes a volver a su país. Luego se vuelve contra Ariovisto y destruye su ejército a orillas del Rin. Ariovisto, que ha quedado casi solo, huye a Germania.
Alejado el peligro helvecio y germano, César somete, de 57 a 54 a.C., el conjunto de la Galia, con excepción de la meseta central. En 56-55, los usipetes y los téncteres pasan el Rin y van a establecerse en la orilla izquierda; César los extermina, pasa el Rin e intimida a los germanos con su presencia. Dos expediciones a la isla de Bretaña, en 55 y 54, obtienen el mismo resultado.
La Galia parecía sometida; dos graves insurrecciones -la del eburón Ambiórix y del treviro Induciomar en 54-53, la de Vercingétorix, más grave y más general, en 52- ponen de nuevo a discusión la obra entera. Ambiórix e Induciomar son aplastados. Vercingétorix, última esperanza de la idea gala, sucumbe en 52 en Alesia. En los años 51 y 50, César reduce las últimas resistencias y organiza sistemáticamente el país.
La sumisión de la Galia pone entre las manos de César medios enormes de acción. Su ejército, adicto en cuerpo y alma a su causa, está dispuesto a seguirlo adonde él quiera llevarlo. Ante la presión de Pompeyo, que maniobra en Roma para dejarlo sin ejército, César precipita las cosas: en enero del 49 cruza el Rubicón, que formaba hacia Italia el límite de la Galia Cisalpina, y entra en campaña. La guerra civil entre César y Pompeyo ha comenzado.